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Hoy soñé que mataba a un hombre. Estaba en un pequeño puerto costero, junto a un fraile. El objetivo era robar una habitación que, según el informe, albergaba un objeto de nuestro interés. El fraile, gordo y calzando sandalias, se subió sin problemas al asta de un mástil. Crucé la calle y pasé al lado de un anciano que estaba junto a una niña. Me devuelvo, tomo al anciano del cuello y lo llevo hasta un jardín. El fraile aparece. Me pregunta sobre el contrato. Le digo que no hay tiempo y le clavo mi cuchillo al anciano en el mentón.

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Soñé con tres personas. Una se esconde entre los rincones de la memoria de este sueño específico. Era Christopher. Recitaba un poema en mi techo. Le preguntaba la razón. Lo seguía por la calle. No me decía nada, pero se notaba nervioso, escondiendo sus emociones a través de una máscara de falsa ignorancia. Al otro, que estaba en el techo afuera de mi pieza, lo expulsé gritándole con todas mis fuerzas. Pero las palabras eran difíciles de pronunciar, así que las grité lento y con esfuerzo, pero funcionó. La persona salió corriendo.